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10 confesiones antes de empezar
Si estás leyendo esto… ¡bienvenido/a a la primera entrada del blog! También, si estás aquí, significa que eres una persona curiosa o que está procrastinando —ambas opciones son válidas—, por lo que en esta primera entrada voy a intentar satisfacer un poco tu curiosidad (o evitar que te pongas a tender la ropa o a fregar los platos).
Ahí van diez verdades sobre mí y los libros:
1. Aprendí a leer con los cuentos de En Pau i la Laia y, desde entonces, vivo enamorada de las ilustraciones de Pilarín Bayés.
2. La lluna vol un fill fue MI primer libro, el que leí yo sola, por orden de la maestra. Y el primero —creo— que elegí por mi cuenta, La reina calva, me gustó tanto que me aprendí las primeras páginas de memoria: «Certament n’hi havia per llogar-hi cadires! Vosaltres podeu imaginar-vos una reina que…».
3. Casi arruino a mis padres cuando íbamos a la sección de librería del Makro; mi semanada fue sustituida por un libro de la serie azul —y luego la naranja, y la roja— de El Barco de Vapor.
4. Desde pequeña quise ser arqueóloga. Lo probé y me di cuenta de que no era lo mío: mancharme de barro nunca me hizo demasiada gracia… hasta que descubrí que podía hacer que otros se mancharan de barro por mí (en la ficción; no soy ninguna reina despiadada). Por eso me encanta escribir aventuras que ocurren en la selva o en lugares exóticos. Es gratis y te ahorras las picaduras de mosquitos.
5. Sufrí de diógenes bibliotecario durante mi etapa universitaria… hasta el punto de tener que devolver los libros de la biblioteca en una maleta porque se me olvidó renovarlos.
6. Estoy convencida de que los bolis son como las varitas: eligen a su mago…digo, escritor. A mí me gustan los de tinta gel y punta fina; lo que viene siendo una varita con corazón de sangre de unicornio. No escribo con pluma, pero me encantaría. De hecho, he regalado algunas… con la esperanza de que el karma de los regalos funcione algún día.
7. Odio doblar las esquinas de los libros como marcapáginas —siento dolor—. Por eso los acumulo y, cuando me regalan flores, seco siempre un pétalo para hacer uno nuevo. Aunque, por encima de las esquinas dobladas, está mi odio a olvidarme en qué página me quedé. Por eso…
8. Intento acabar el capítulo. Como sea. Es como quedar con alguien: quedas a en punto o a y cuarto. Nadie en su sano juicio queda a las cinco y veintidós de la tarde. Es una ley no escrita.
9. Amo las notas bonitas guardadas entre las páginas de los libros, esas que encuentras, por casualidad, años después. Menos cuando son de un ex.
10. Mi sueño es dedicarme a escribir. A poder ser, en una casa en la montaña, con jardín para plantar un aguacatero y buganvillas (para hacer muchos puntos de libros —véase curiosidad nº7—), isla de cocina para preparar muchas tartas (de queso), y una habitación con un gran ventanal para despertarme con el canto de los petirrojos… y seguir soñando.
Si no, solo con escribir, ya me basta.
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Me sumo al NaNoWriMo (a mi manera)
Noviembre de 2025
Nunca había participado en el NaNoWriMo —ese reto loco de escribir 50.000 palabras durante el mes de noviembre— y, aunque mis noviembres —o cualquier mes que no sea verano— no suelen ser aptos para grandes gestas (salvo correr una maratón), este año me aferré a él (a mi manera): escribir todos —TODOS— los días del mes. Sin excusas. (Solo quedaban justificadas causas de fuerza mayor: muerte, amputación de ambas manos o pérdida de conciencia durante más de veinticuatro horas. Por suerte, nada de eso ocurrió).
Además, noviembre empezaba con un puente —la mejor forma de empezar cualquier mes después de los acueductos—, así que me lancé.
Spoiler: no llegué a las 50.000 palabras, pero, sin darme cuenta, acabé con un diario de uno de mis noviembres más duros —y no por la escritura—, en el que escribir se convirtió en la bolsa de gominolas y el columpio después del colegio.
¿Te subes conmigo?
Día 1. Día de Todos los Santos. Tarta de queso y pistacho, 25 km (entrenando la maratón de Elche-Alicante) y 1.400 palabras de mi novela sobre una peregrina en apuros. ¿Soy muy mala si casi le provoco un infarto el primer día del Camino?
Día 2. Entreno de 14 km, botifarra amb mongetes y 1.400 palabras con la barriga llena de gases, casi tan incómoda como mi protagonista sentada frente a su ex nº1.
Día 3. Día de libre elección en el instituto: me libro de gritar a las ocho de la mañana y escribo 800 palabras sobre cuatro señoras catalanas independentistas que molan un montón (muchísimo más que la Profesora Patata).
Día 4. Día de excremento en el instituto (discusión con la Profesora Patata incluida), pero empiezo con 800 palabras. He dejado a mi protagonista en una ermita, sentada en una fuente, con su ex nº 2.
Día 5. 1.200 palabras a las seis de la mañana. Madrugar es de buenas personas y por eso he hecho salir airosa de la fuente a mi protagonista. La Profesora Patata, en cambio, ha intentado dejarme mal en el claustro… sin éxito. ¡Já!
Día 6. Rayos, truenos y diluvio con alerta de Protección Civil… pero no lo suficiente apocalíptico para cancelar las clases. 900 palabras. He mandado a los dos ex de mi protagonista a comprar cervezas juntos. ¿Arma o brindis?
Día 7. Gimnasio a las 6:30h y 1.100 palabras antes del instituto. Es viernes. Pienso en el salmón de la comida. Mi protagonista dormirá en un albergue abandonado, un poco… especial. El baño es cubo y agujero. Me va a odiar.
Día 8. Me despierto a las cinco al recordar que olvidé pasar lista el día anterior en el instituto. Adiós sueño. Aprovecho para escribir 1.300 palabras: mi protagonista tiene una pesadilla, pero no demasiado terrible (así nos sentimos más unidas).
Día 9. Domingo con una Torre de Pisa de actividades por corregir. 1.000 palabras: despierto a mi protagonista, aunque quizá era mejor dejarla dormir. ¿Has tenido miedo de ir al baño de noche? Pues ella lo tendrá. Y me sabe mal.
Día 10. Curry thai, 1.300 palabras y más correcciones de trabajos de alumnos. Si tu casi-ex aparece en calzoncillos en medio del pasillo… ¿a dónde mirarías? Ahí he puesto a mi protagonista.
Día 11. Día durísimo en el instituto (garganta áspera incluida). Gimnasio, proyecto «mi primera dominada» —acabaré antes la novela— y 1.400 palabras. Mi protagonista desayuna bizcocho con pasas, que odia, pero le trae suerte. Yo voy a por uno de pistacho (que no me va a traer suerte, pero está buenísimo).
Día 12. Escribo a las diez de la noche después de clases, reuniones, equipo docente… y broncas. ¿Podría callarse un rato la Profesora Patata? Menos mal del turrón de Pantera Rosa y el café helado al llegar a casa. 400 palabras: mi protagonista come un higo y lo escupe. Con rabia.
Día 13. 1.000 palabras y galletas de dinosaurio con leche tras varias «charlas» (eufemismo de gritos) en el instituto. Mi protagonista quería estar sola, pero no mal acompañada. Hoy ninguna de las dos lo ha tenido fácil.
Día 14. 1.300 palabras. Me espera salmón y masaje tras las últimas clases de la semana… y los tropecientos correos que debo enviar. Mi protagonista descansa en un río, pero es patosa. Ya te imaginas.
Día 15. 1.300 palabras a las seis de la mañana. Mi protagonista acaba empapada y yo también (pero por correr 20 km en noviembre con calor de julio).
Día 16. 1.100 palabras antes del entreno y mi brunch favorito (cortesía de mi futuro marido): tostadas con aguacate y huevos revueltos, yogur con fruta y muesli, y café con dónut de chocolate. Mi protagonista promete a cierto personaje un desayuno de chocolate con churros, pero no superará al de mi futuro marido.
Día 17. Lunes y no soy rica. Nada más que añadir. Bueno, sí: 1.100 palabras que salvan el día. Mi protagonista se aloja en un castillo medieval porque no había camas libres en el albergue. Ni tan mal (siempre y cuando no esté encantado).
Día 18. 1.200 palabras tras un día horrible. No soporto a la Profesora Patata. Punto. Al menos mi protagonista hoy no discute por estupideces. La envidio.
Día 19. Colapso en el instituto, siesta infinita y 400 palabras. He cumplido y estoy orgullosa. Mi protagonista también. Hoy no hay límite de chocolate para ninguna de las dos.
Día 20. ¿Cómo escapar de un menú de pote con extra de morcilla? Mi protagonista lo resuelve en 2.600 palabras. Yo, en casa, no tengo que escapar de nada (ni de ninguna Patata).
Día 21. La gaita es para mi protagonista lo que para mí el timbre final de las clases. Y si no suena, aún mejor. 900 palabras.
Día 22. 1.400 palabras y he horneado cinnamon rolls. Como premio, mi protagonista se aloja en un palacio. Todo redondo, como los rollitos (mi futuro marido da el aprobado).
Día 23. Mi hermano y mi abuelo prueban los cinnamon rolls —éxito total— y mi protagonista llega a Tineo en las 1.100 palabras del día.
Día 24. Lunes distinto. Mi protagonista camina bajo el influjo de la luna creciente. Hoy, en 1.400 palabras, la dejo sin desayuno buffet y enfadada con su mejor amiga. Me va a odiar.
Día 25. Aún tengo cinnamon rolls en la nevera y eso anima. 1.400 palabras y menú de peregrino de cinco platos para mi protagonista (pote y compango incluidos). La noche promete.
Día 26. Sin cinnamon rolls, encargo un molde de panettone. Mientras llega, escribo 1.500 palabras y hago que mi protagonista discuta con su ex nº 1. Creo que tendré que hornearle un panettone de disculpa.
Día 27. En 900 palabras mi protagonista se topa con la Santa Compaña. ¿Saldrá entera? Yo voy a por un café con leche desnatada mientras preparo el examen de Sociales (para mis alumnos es como encontrarse con la Santa Compaña).
Día 28. Bocadillo de tortilla con extra de mayonesa como recompensa por el mal trago que le hice pasar a mi protagonista. Que los tipos de la mesa de al lado acaben comiendo babosas por meterse con sus amigos… aún mejor. 2.200 palabras.
Día 29. 500 palabras en una habitación de hotel, concentrada en la maratón de mañana y sorprendida por poder escribir con el teclado táctil. Casi tanto como mi protagonista al descubrir el albergue «Amistad».
Día 30. Último día. 100 palabras antes de embarcar y una maratón en mis piernas. Creo que compensa. Mi protagonista seguro que lo entiende. La dejo en buenas manos: Jesucristo. ¡Reto superado!
Cómputo total de palabras: 34.400 (11 capítulos).
Aprendizaje: Nunca dejar de escribir. Y si el mundo se está derrumbando, describirlo. Luego ya me inventaré uno mejor, aunque solo sea sobre el papel.
P.D.: Correr una maratón es más fácil que acabar una novela. Doy fe.
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Todos los octubres acaban en 31
Octubre de 2025
—Vamos a morir. Lo presiento. Vamos a morir. ¡Vamos a morir! ¡Maldita sea!
—Intenta no pensar en ello, Magda, por Dios. Me estás volviendo loca.
—¿Cómo no voy a pensar en ello? ¿Acaso no has escuchado todo lo que nos contaron al llegar aquí?
—Sí, pero ellas llevan mucho tiempo encerradas y nosotras acabamos de llegar. No pierdas los nervios.
—¿Cómo no los voy a perder? ¡Vamos a morir como todas las demás! ¡Nos va a asesinar! ¿No lo entiendes? Nos torturará, nos amputará a saber qué y nos ahogará sin piedad.
—Magda, ¡no sigas! Piensa que quizá salimos de esta con vida, ¿sí?
—No lo haremos, amiga.
—Por favor…
—Estamos sentenciadas. ¿Sabes qué día es mañana?
Marcel Proust, el temido verdugo, se levantó temprano aquella fría mañana de finales de octubre, cogió el par de esponjosas magdalenas que compró el día anterior y se preparó una taza de té para desayunar.
Los domingos no son día de correo
Septiembre de 2025
Sra. Profesora Estresada
El rincón de la Sala de Profesores, al lado de las impresoras
Calle del Desamparo, 45
Pantanos de la Tristeza
Narnia
COLEGIO JOUARS DE MALAEDUCACIÓN Y HOLGAZANERÍA
Director: Albus Michael Alexander Brayan Dambeldor
Querida Sra. Profesora:
Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el colegio Jouars de Malaeducación y Holgazanería. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios para impartir sus materias. Las clases comienzan el 1 de septiembre, salvo que entre antes en vigor la ley aprobada a raíz de la huelga de la asociación Padres Aparcaniños; en ese caso, empezarán el 1 de julio. Esperamos su grito de desesperación —junto con un correo electrónico de toma de posesión de la plaza— antes del 30 de junio.
Muy cordialmente,
Menerva MacPollogal
Subdirectora
Uniforme
Los profesores necesitarán:
—Tres túnicas/pasminas sencillas (salvo el profesor de Plástica, que puede permitirse vestir cool) e ignífugas de trabajo.
—Un sombrero negro puntiagudo para uso diario (para meter la cabeza y no sacarla hasta la hora del patio).
—Un par de guantes protectores (para evitar mostrar las zarpas en las reuniones de tutoría con las familias y dejar al descubierto los sarpullidos; el decoro, ante todo).
—Una capa de invierno (no hay calefacción ni la habrá. Nunca. Los alumnos tienen que aprender a escribir con anorak y manoplas) y otra de invisibilidad (para esconderse durante las guardias de patio).
*Los interinos y funcionarios en prácticas necesitarán otra muda para cambiarse después de la visita del inspector.
Libros
Todos los docentes deben tener un ejemplar de los siguientes libros:
—El Libro Reglamentario de Holgazanes, de Miranda Hanfewjde
—Una Historia de la Malaeducación, Bathilda Brutjsasj
—Teoría del Estrés, Adalbert Wahdfhfer
—Guía de Bajas Médicas para Principiantes, Emeric Swidnfehrfe
—Mil Mierdas y Hongos Mágicos, Phyllida Sporasduestg
—Filtros y Pociones de Psicología Asertiva Sinsentido, Arsenius Jigurbsdhdhed
—Alumnos Fantásticos y Dónde Encontrarlos, Newton Scamirfsjdnjs
—Las Fuerzas Oscuras. Una guía para el uso de ChatGPT, Quentim Trimblehtef
Resto del equipo
—1 varita (cargada).
—1 caldero de peltre número 2 (medida equivalente a dos niños de 13 años).
—1 estuche con lápiz táctil, lápiz retráctil, lapicero de tiza y lápiz de repuesto para el niño que viene sin material (y que sabe que no va a la playa ni de excursión a Hogsmeade).
—1 teléfono móvil con las aplicaciones pertinentes y no tan mágicas para poner incidencias (y con la función SOS activada).
—1 cuaderno con los nombres impronunciables de los alumnos y la lista de los-que-no-deben-ser-nombrados y su Plan Individualizado.
—1 agenda para apuntar todo lo que le hace llorar y cuestionar su profesión (y existencia).
*Se recuerda a los profesores que este curso no se les permitirá dar escobazos a los alumnos, aunque las familias hayan firmado la autorización.
**Los profesores funcionarios podrán traer una excedencia, una baja o una renuncia el primer día.
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Una escritora en el Camino (de Santiago)
Agosto de 2025
Recorriendo los más de tres cientos kilómetros que separan Oviedo de Santiago, por el Camino Primitivo, oí recitar estos versos a cierta escritora…:
«Mouchos, coruxas, sapos e bruxas,
espíritus de las abuelas peregrinas
y de los trasgos chepudos del Camino,
que se exploten las ampollas
y se ahoguen los ronquidos,
que ardan en este fuego
las malas flechas que nos despistan,
los calcetines sudados
y las tiritas de supermercado.
Almas de los que andan penando,
de los intensos que no callan,
de los rancios que adelantan,
desapareced con esta queimada,
junto con los gases de fabada,
y los feitizos das meigas
(que haberlas, haylas).
Hórreos podridos y bastones con calabazos,
pacas de estiércol y perros rabiosos,
menús de peregrino y compangos,
fedor dos homes mojados.
Forzas do ar, terra e lume:
a vós fago esta chamada.
Y que nos reciban en Santiago,
con pulpo y licor café a la sombra del carballo».
Prometo que nunca tuve gases, ni me salió una sola ampolla —dolorosísima— en la punta del dedo meñique del pie, ni usé calcetines sudados… ni comí pulpo (a la sombra del carballo).
Ni fui yo esa escritora.
P.D.: Y, por supuesto, no escribí esto después de un (licor) café.
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Una tarde lluviosa y literaria con Mercè Cabrera
Julio de 2025
Cuando una amiga logra publicar su novela es motivo de orgullo y alegría. Y cuando, además, gana un premio por ella, aún más. La guinda del pastel es que te pida que seas la conductora del acto de presentación de la obra.
Por si aún no conocéis a Mercè Cabrera, ganadora del Premio Blai Bellver de Narrativa Ciutat de Xàtiva (2024) por La pau que ens ofegava (Edicions Bromera), os la presento. Si Mercè trabajara en el lugar donde ambienta su novela, sería una costurera que hace delicados bordados con hilos de palabras, finos y sedosos. Trabajadora, reivindicativa, directa y con una melancolía poética muy elegante: así sería ella como obrera de la fábrica, igual que lo es su prosa.
La pau que ens ofegava nos transporta a la Cataluña de la posguerra, en un entorno hostil para Sara, su protagonista, copropietaria de una fábrica de tejidos de Sabadell, que siente cómo la libertad se le escapa entre los dedos. Un día huye de casa y se topa con un fantasma del pasado. A partir de ahí, la historia se precipita en una vorágine de amor y traición, de opresión y deseo de libertad, en un contexto costumbrista que la ahoga.
¿Logrará escapar?
Os animo a leerla.
También os invito a echar un ojo a la grabación del acto que hizo la librería La Llar del Llibre de Sabadell, con la entrevista que le hice a la autora y el intercambio que se generó después con el público. La encontraréis en su perfil de Instagram (@lallardelllibre).
¡Muchas gracias por la acogida y por esa tarde lluviosa tan literaria!
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Las calles
Junio de 2025
Hay calles que te gritan al pasar, calles que te susurran y te avergüenzan. Calles que te escupen recuerdos que habías decidido olvidar. Calles donde fuiste tremendamente feliz o terriblemente desgraciada —o ambas cosas a la vez—. Calles sin asfaltar que huelen a campo y ni sabías que tenían nombre, y calles grises que no huelen a nada, pero que saben de todo. Calles con nombre de rey donde te diste tu primer beso, y calles con nombre de escritor donde empezaste a descubrir el mundo de puntillas, más allá de los libros. Calles de inspiración, aunque no tengan nombre de poeta, y calles imaginarias que te hicieron soñar.
Calles de espera.
Y calles de paso.
Calles de cuyo nombre no quieres acordarte o, simplemente, no debe ser nombrado. Y luego están esas otras calles con número, donde no duermes, pero las sientes como si fueran tu otra casa. Calles efímeras y calles eternas. Calles cortadas y calles sin fin…
Tenemos tantas calles como historias, pero, al final, por larga que sea la lista, la vida es tan compleja y a la vez tan simple que puede resumirse en dos calles con nombre y una que nunca podremos conocer antes de pisarla. Pero todas, absoluta e inevitablemente todas, me conducen a escribir.
¿Y las tuyas?